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El 24 de mayo de 1940, hace este domingo ochenta años, se publicaba Poeta en Nueva York, libro mítico que cambió el rumbo de la poesía hispanoamericana del siglo pasado. Escrito durante la estancia de García Lorca en la Universidad de Columbia entre 1929 y 1930, el manuscrito de esta obra tuvo una historia convulsa. Aunque algunos poemas sueltos aparecieron en revistas como Litoral, Revista de Occidente, Planas de Poesía o Revista Verso y Prosa, el primer y único borrador, compuesto por 96 páginas mecanografiadas y 26 manuscritas, fue entregado por Lorca a José Bergamín poco antes de su muerte, en 1936, con abundantes tachones y añadidos. Las dos primeras ediciones, en Editorial Séneca (México) y Editorial Norton (USA) ya generaron grandes controversias por las diferencias encontradas entre ambas.
Ahora, la editorial Demipage lanza, a modo de homenaje, una nueva versión que pretende ser definitiva. Un acontecimiento, pues, en palabras del hispanista Gabriele Morelli, «Poeta en Nueva York es sin duda el libro más importante y moderno de Lorca». Más aún, insiste Morelli, «su poesía marcó una profunda ruptura en la vida del poeta y constituyó una crítica feroz contra el modelo del sistema capitalista que margina a los pobres, los negros, a las criaturas de la naturaleza, en cuya herida se representaba el poeta, al tiempo que reclamaba justicia, libertad y el derecho al amor sin etiquetas”, explica.
Reivindicaciones plenamente actuales que causaron notable revuelo hace ocho décadas, como rememora el profesor y lorquista Christopher Maurer, que apunta que “en 1940 Poeta en Nueva York creó una imagen tan diferente de García Lorca, que provocó cierto desasosiego en su primer editor, Rolfe Humphries, a quien le inquietaba este poeta urbano al que asociaba con la afectación surrealista y con la homosexualidad”. Otros, como John Crow, compañero de Lorca en la Universidad de Columbia, habló con desprecio de una “fiebre de imágenes inconexas” y de “poemas grotescos y vacíos”. «Con excepciones, los primeros lectores norteamericanos lo despacharon como un pretencioso ejercicio surréaliste, escrito bajo la influencia de Dalí. La homofobia y el supuesto surrealismo les cegaron a este Lorca nuevo y a su crítica de la sociedad capitalista, tan acertada, tan punzante hoy como hace 80 años”, insiste el hispanista.
«La homofobia y el surrealismo cegaron a los lectores estadounidenses a este Lorca nuevo y a su crítica de la sociedad capitalista, tan acertada, tan punzante hoy como hace 80 años”, explica Maurer
Un ejemplo de estos rasgos que destacan ambos estudiosos lo ofrece, por ejemplo, “Nueva York. Oficina y denuncia”, poema en el que “Lorca condena la vida alienante de la sociedad estadounidense, interesada solo en la economía del lucro que exige la explotación de los más débiles, lo que motiva la protesta del poeta”, explica Morelli. Precisamente de estos versos encontró hace unos años una versión inédita Maurer, que recuerda que durante décadas los poemas publicados no reflejaron los últimos borradores de Lorca. “Gracias a Andrew Anderson, que editó el manuscrito que Lorca dejó a Bergamín, y a Mario Hernández (que había transcrito y estudiado los borradores) se ha fijado el texto con mayor seguridad. Da gusto saber que las fachadas neoyorquinas son de ‘orín’ no de ‘crin’ y que ‘silban las mansas cobras deslumbradas’, no ‘de alambradas’«, lo que ha permitido, a su juicio, que el centro de atención se haya desplazado de la historia textual a la ola de creación generado por el libro.